


La Ermitaña se autodefine como un mirador gastronómico. Y no es para menos, ya que desde un privilegiado emplazamiento -concretamente el Valle de Toledo-, admiraréis unas vistas que nunca serán eliminadas de vuestra memoria, al mismo tiempo en que degustáis unos platos que satisfarán vuestros exigentes paladares.
Es destacable que la carta cambia cada dos por tres. Ello es una clara muestra de lo frescos que son todos y cada uno de los platos. Así pues, las elaboraciones gastronómicas son gustosas a más no poder, presumiendo de una textura y unos aromas que entusiasman incluso a quienes solo se conforman con restaurantes de alta cocina.
Aunque no podríamos definirlo como tal, es un local en el que comeréis realmente bien. Además, la presentación está a la altura de las magníficas vistas que ofrece, estando muy trabajada para que los platos también sean disfrutados a nivel visual.